"Y YO CAÍ..."


  Y yo caí. No fueron los terrores de la trinchera los abusos de mis padres ni la soledad del orfelinato aquello que me derrotó; fuiste tú, un ángel, ¡mi Ángel! ¡Maldito seas! Maldito soy. Y aquí estoy, con el padre Benito otra vez diciéndome que no necesito absolución porque todo es producto de mi imaginación; negando tu existencia como hacen todos, aconsejándome un buen psicólogo. No entiende, ¡no sospecha!, que él es mi absolución: él y tus creencias absurdas. Lo he intentado mi amor, lucho cada día contra mis convicciones para obtener paz, ¡pero no puedo!; soy demasiado fuerte, ¡¿por qué te acercaste a mí condenado?! Yo era feliz en mi mundo carente de amor, de la más mínima comprensión, ya estaba acostumbrado; me costó toda una vida. Pero llegaste tú... con tu carita de niño bueno que no ha roto un plato; y me hablaste tan quedamente... con ese tartamudeo entrañable que te caracteriza; ¡quedándote mudo y colorado ante mi presencia sin tan siquiera saber de mí...! Y me hechizaste, ¡iluminaste mi corazón de esperanza y calor...! Sin haberlo merecido, a mis casi cuarenta años: era imprescindible para alguien. Eras tan dulce, tan tierno, ¡tan puro...!

  A tu lado conocí la felicidad, la familia, ¡la humanidad...! Un año contigo valía más que treinta y siete con los demás. Nos complementábamos: tú me admirabas y yo te veneraba; tú me ponías en un pedestal y yo te protegía... Era todo más que perfecto. O eso creí. Te dije, ¡te confirmé!, que yo no era religioso; y tú, como siempre, asentías y te conformabas. Cierto que algunas veces te ponías pesado con el tema de Dios y te enfurruñabas, pero bastaban cuatro cariñitos míos para complacerte y que volvieras a sonreír; cómo iba a pensar...

  Y aquella horrible madrugada volviendo de la Martinica por el camino de la playa, estabas tú sobre la Gran Peña esperándome; ¡y no pude resistirme a exclamar como una puta damisela enamorada!: "¡Ángel, amor mío...!". Y ocurrió. De tu espalda surgieron dos especie de sábanas flotantes; ¡¡que resultaron ser alas!!, y te elevaste por los aires como si fueras una nube. "¡Sorpresa!", dijiste, ¡iluso!, con una sonrisa radiante de gozo:

"¡Soy un ángel!".

  ¡Nooo, no podía ser!, ¡solo había bebido dos cubatas!; pero allí estabas, como una figurilla del belén, alzando los brazos esperando nosequé; ¡¿aplausos?! ¡Mi novio era un puto ángel!, ¡¡pero un ángel de verdad!!, de esos de las postales navideñas. "Y ahora... ¿crees en Dios o no?", "¡jajaja bravo Ángel!, ¡menudo truco!, ¿cómo lo has conseguido?". Y respondiste lo evidente: "mírame, tengo alas"; "¡no puede ser!, ¡no seas cabrón!"; fueron alguna de las cosas que te dije. Y tú, cada vez más triste, quisiste arreglarlo predicando las grandes ventajas de tener un novio celestial: que si ahora podría conocer a tu Padre; que si él me absolvería de todo lo que hice mal en la vida, ¡que ya estaba a salvo! Que ahora tenía la posibilidad de redimirme: de haber robado para comer, de ser hijo ilegítimo, de beber demasiado... ¡Fueron demasiadas estupideces amor!; y te grité, ¡y ya sabes cómo me pongo yo cuando me enfado...! Pero tú seguiste, ¡impertérrito!, con tus sermones... Y dijiste aquello: "deberías agradecerme haberte conocido, sin mí serías un miserable toda tu vida". Exclamaste esta frase con plena convicción, sin arrepentimiento, ¡esperando hacer El Bien! El bien a un pobre desgraciado. Y sentí que no me amabas cariño, solo en tu imaginación de floripondios y colorines; y te chillé:

  "¡Hijo de satanás puto simple!, ¡déjame en paz!, ¡hazme un favor y muérete!".

   Y en cuestión de segundos, tus rasgos se contrajeron en una mueca de dolor; pálido como la cal, caíste bajo mis pies. De tu rostro, estampado contra la arena, fluía un lago de sangre...


  ¡Ángel mi amor mi vida!, tengo frente al altar la figurilla de un querubín que me mira con odio infernal, ¡¿eres tú?! Sé que no tengo culpa de lo que ocurrió, pero siento que debo pagar el enorme precio de mi, ¿penitencia...? ¡Imposible! ¡No lo logro!, sigo pensando que fueron una serie de casualidades y circunstancias desafortunadas; en las que jugué un papel crucial. De las que me siento completamente responsable... ¡Pero quizá eso sea suficiente para entrar en el Paraíso y volverte a ver!; ¡¿me perdonarías...?!


  Pero sé que el Paraíso solo existe en mis recuerdos. Al igual que sé, con toda la certeza de mi mente y la plenitud de mi corazón: que no volveré a verte.