"PETUNIAS ROJAS"




  "Solo escucha el viento" le dijo una vez alelada junto a la ventana contemplando las petunias. Eso le dijo, mirando las flores rojas. Ella, que vivía la vida contemplativa; agazapada entre las cuatro paredes de su dormitorio, rodeada de mimos y cariño. "Solo el viento", que va y viene transportando nadas; solo sueños, esperanzas, imaginación y descanso. El viento que todo lo barre o todo lo destroza... ¿Y si no había viento?, ¿habría que esforzarse en escucharlo?, ¿ir en su búsqueda? "Solo escucha el viento...", dijo tras el cristal, mirando las petunias rojas que no podría recoger debido a su frágil estado. Como si los sanos estuvieran obligados a vivir todo lo que no pueden los enfermos.

Y se quedó esperando el silbido del viento; mientras éste soplaba en Siberia y otros agudizaban el oído, y creían escuchar hadas... respuestas a sus plegarias, ¡¡recobraban el coraje...!! Mientras soplaba el viento. 

Y ella no lo escuchaba:  y esperó y esperó, hasta que se cansó de esperar y salió al jardín a cortar las petunias rojas. ¡¡Entonces sopló un vendaval!!, y volvió a recodar: "solo escucha el viento...". ¡¡Y la volvió a ver!!; mientras susurraba el viento. 

Solo mientras éste soplaba, le hablaba, ¡le rebelaba secretos y absoluciones imaginarias...! No más. Era demasiado egocéntrica para ir más allá del lirismo de esas palabras dichas en un momento de falsa ilusión; pero poéticas y cargadas de superfluo sentido, si no se va más allá. Dichas por otra persona que no era ella. Ni era el viento. 

"Ni era el viento; mamá...", se dijo Adela, y rompió a llorar. Se secó las lágrimas; y volvió a rehuir de la tristeza.




  Pero el tiempo, que es el espacio de la sabiduría, ¡la ayudó a comprender!: que el dolor no entiende de culpas ni de imperfecciones; que su presencia se impone a pesar de los escudos, porque nace de dentro. Pero... que tan pronto se anida, crece: ¡¡y se va...!!; ¡como los polluelos que inician el vuelo...!

Y miró a su fantasma como lo que era: el pasado de la mujer que, a su modo, más la amó; más egocéntrica que ella misma en su afán de proteger, (y protegerse), del mismísimo amor que le procesaba. Y se vio a ella misma refunfuñada, discutiendo, ¡ambas cabezonas y cobardes!, cercadas en su fortaleza de orgullo y amor miedoso. ¡Viviendo los momentos más dulces auténticos e imperfectos de sus vidas...! Y sonrió tiernamente... Puesto que comprendió que, justo cuando no la veía, era el momento en que se hallaba más cerca. ¡¡Cuando más la estaba amando...!! 

Su fantasma, como había sido en vida, solo la incordiaba cuando debía regañarla por no vivir, ¡por culparse y enfrascarse en el pasado! Mientras se escondía, (tímidamente feliz...), cuando su hija Adela vivía, lo que ella ya no podía... Esperando, eso sí, que, ¡de una vez por todas!, abonara las petunias rojas.