A SOLAS CON TUS RECUERDOS



  Todos tenemos miedo a la soledad. Pero la soledad no es la misma cuando va cargada de buenos momentos que le dan un toque poético. Es relativamente fácil recordar los buenos momentos; pero difícil crearlos. 

Cuando tenía diecisiete años conocí a una mujer fantástica trabajando en un geriátrico. Se llamaba Pilara y tenía más de ochenta años. Esta señora compartía salón junto a compañeros de edad y condición física similares; salvo que ella tenía la mente todavía clara. En muchos geriátricos se separa a los ancianos por rango de edad y de minusvalía. Esta regla me parece del todo injusta y discriminatoria puesto que los ancianos principalmente son personas, y las personas tiene sentimientos, cerebro, futuro o pasado. Había otras muchas injusticias dignas de mencionar aunque sólo diré unas pocas puesto que el post no va por esos cauces: se empleaba la misma cuchara para la sopa que para el postre, es más, la misma de un anciano a otro; si se cagaban o querían ir al baño se les ignoraba hasta que fuera la hora de cambiar el pañal. Si tenían sed y ya había bebido lo suficiente no se les daba agua, puesto que eso podía suponer más cambio de pañal. El aseo persona era nefasto y no podían tener las mujeres sus colonias favoritas, todos con Nenuco en las manos porque en pelo se les amarilleaba y en cuello les salían más arrugas. ¡Y por descontado se les hablaba lo justo!, pues como la mayoría tenían demencia senil...

En este cuadro vivían Pilara y sus compañeros, casi todos psicológicamente ya perturbados, con demencia senil, fuertes depresiones... etc. Sólo a Pilara se la podía llamar "cuerda". Y allí estaba esa señora: dando prioridad a sus compañeros a la hora del cambio o ayudándonos a las más jóvenes a tratar a éste o aquél, contándonos algunas anécdotas de sus vidas para que fueran tratados con la máxima dignidad. Pilara mantenía las ideas frecas; el ánimo fuerte pero tranquilo, la mirada observadora y un aspecto elegantemente cansado... En una ocasión me comentó que muchas no lavaban las cucharas de anciano a anciano y que, por ahorrarse molestias, les daban un somnífero a todos después de la comida para que desconectaran un rato del mundo y dejaran de dar la lata. Pilara había sido decana universitaria y escritora, pero toda su historia quedaba en el olvido de esas cuatro paredes... como las de todos aquellos ancianos que ya no podía recordar sin llorar o desconectar con la realidad. No quiero dar a entender que Pilara fuera superior puesto que la sola palabra "superior" no denota más que injusticia y falta de objetividad y a los demás no tuve el gusto de poderles conocer en condiciones; entre esos ancianos "anónimos" por sus recuerdos mermados habría muchas grandezas, tropiezos, historias, quejas, dolor, alegría... Pero ya era imposible saberlo. Por eso temía tanto por Pilara, ¿hasta qué punto podría mantener la cordura en un entorno tan triste en el que ciertos estúpidos directivos habían decidido que tenía que pertenecer por estar en silla de ruedas...? Quizás, si hubiera llegado cinco años antes, María o Antonio y muchos de aquellos que estaban en ese momento "más allá", que vivían en no se sabe qué mundo pasado permanentemente, todavía estarían sanos; ¿pues quién puede resistir a la locura en semejante sala del horror?

Pero centrémonos en Pilara porque a ella sí pude conocerla y era una mujer extraordinaria. Muchas veces me pregunto si su inteligencia y fortaleza moral no hicieron que su envejecimiento neuronal fuera más lento. Según se dice en neurología no envejece igual el cerebro de una persona acostumbrada a "pensar", que ha llevado una actividad intelectual continua toda su vida, que el de otros que se han dejado llevar por la vagancia del "no pensar", del ir a lo fácil; aunque también se habla que el ejercicio físico también obra milagros en el cerebro humano (retrasador del alzheimer y el párkinson), y que en la sala de los "discapacitados físicos" era nulo. En cualquier caso creo que el esfuerzo mental por sonsacar lo mejor de cada experiencia; ir por la vida razonando cada detalle, dando más importancia a lo que nos aporta y transforma que a lo que tenemos... tiene que ser una gran ventaja incluso durante la vejez. 
Es un ejercicio apto para todos, del más capacitado al más incapacitado, que no entiende ni de edades ni de estudios ni condiciones sociales. Es "negarse a caer en la "idiotez" (aquí entendida como gilipoyez)"; plaga tan extendida entre los más inteligentes o los más tontos del mundo... 

Pilara, era de ese tipo de personas que daba prevalencia a su conciencia de sentimientos para determinar los cambios y experiencias de su vida. Prevalencia que nada tiene que ver con la superioridad de la mente ni en basar la vida en qué listísimo soy, (más bien lo contrario); sino en buscar el placer por la vida según nuestra propia naturaleza, y no la de la multitud. Igual la búsqueda de nuestra propia esencia, de nuestra autenticidad e identidad, por encima del empoderamiento social, no es una tarea inteligentísimaaa, (ni importa que lo sea); pero es Consciente y respetuosa contigo mismo y con el mundo. ¿Acaso hay algo tan difícil como la simple búsqueda de Tu "placer"...? Seguro que sí, pero creo que a la larga, nada más necesario. 

Es posible que tras la atenta y bondadosa expresión de Pilara, siempre distinguida en sus gestos, se escondieran mil recuerdos de cómo se sintió la primera vez que hizo el amor más que del acto en sí. Que recordara qué cosas aprendió el día de su graduación más que en su título. Que CENTRARA su recuerdo más en la felicidad y amor que sintió al concebir su primer hijo que en cómo era su retoño al nacer (ya fallecido)... Sentimientos, conceptos... Permanencias inmateriales e inconcretas que sólo morirán con nosotros, allá mueran los echos que los ocasionaron en la memoria. Su título de maestra, su virginidad... ya no los tenía, pero eso a Pilara no le importaba; centró su vida en lo que siempre estaría con ella (¡sería ella!), incluso en su vejez: lo inmaterial. Era una anciana, pero seguía siendo esa misma mujer de veinte treinta cincuenta años... porque los sentimientos y sensaciones no tienen edad ni condición. Era la misma fuente de energía, pensamiento y emoción; solo que más EVOLUCIONADA.






P.D.: Mi abuela Catalina, otra gran mujer y yo. Espero poder encontrar una foto de mi abuelo Josep Doménech; actor, escritor, comercial y reconocida personalidad de Menorca fallecido recientemente hace unos meses. Su teoría de la vida era siempre "amar, siempre amar".