"JUEGOS DE VERANO"; IGMAR BERGMAN (10)




¡LA VIDA ES BALLET!

  Magnánima película que, incomprensiblemente, ha pasado desapercibida entre los grandes títulos del Séptimo Arte. Historia realmente romántica, (no sólo por la historia de amor), que trasciende del primer amor a cotas inesperadas de superación personal y apología de la vida. Los personajes son maravillosos y creíbles (Marie debería ser más reconocida que la frívola Escarlata O'hara), la fotografía es una auténtica preciosidad en momentos felices y tenebrosa y angustiosa cuando nos adentramos en la fúnebre nostalgia de la protagonista; el paisaje es un personaje más. La cámara rueda con precisión cada plano, guiada por la narración, (en numerosas ocasiones esta ley se trastoca). El diálogo es preciosista y existencial, propio del director, pero sin desentonar en el fotograma; respetando siempre lo que se está contando, y, ¡por supuesto!, haciéndonos reflexionar más que cualquier librillo de autoayuda que ofertan en el "Vips".

Se nos muetra un amor auténtico y realista, desde la empatía, complicidad y admiración mutua de la pareja protagonista; no en la búsqueda del ser perfecto ni con "momentos especiales".

Pero esta obra maestra no se reduce a una novela de amor; ése es sólo el vehículo que nos transporta a comprender la existencia, el sentido y finalidad de la vida. Bergman contrapone dos de los grandes paradigmas del ser humano en clave de paradoja: la felicidad, (en la plenitud del amor, "la vida"), y el dolor, (el olvido voluntario, "la muerte"), presentándolos como el pez que se muerde la cola: la existencia. Viviremos y moriremos mil veces, incluso tras la muerte; en los recuerdos palpitantes de quienes nos amaron. Ese es el único sentido de vivir y morir: enriquecernos de los hallazgos, que, por otro lado, no dependen del egocentrismo humano. Forman parte de la cadena universal, donde nada permanece y todo se regenera, (visionado en el ballet y otros planos).

La majestuosidad del film eclosiona en el momento cumbre; todos sabemos qué ha ocurrido y aún así... ¡nos sorprende! Nos conmociona, supone un duro golpe. Bergman se ha encargado, maravillosamente, de que vivamos al momento, con los protagonistas. Porque en la vida sólo existe el presente, cargado de pasado o futuro.


Spoiler:

Especial mención merece la escena de la anciana de negro (viuda); la prota la persigue, como si fuera el espectro de la muerte, en una escenificación titiritesca donde ambas andan en fila india por un paraje desolador, (que simboliza sus estados de ánimo). La vieja no persigue la muerte física, sabe que no hay más infierno que el de la Tierra, la joven va camino de asumirlo; pero necesita de una guía.


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