"NIEVA EN EL RETIRO"



  Esperando la esperanza... En el Retiro hay dos chicos: una pareja, casi niños. Se besan desesperadamente en un banco sintiendo caer la nieve. Él solo mira, desde el rincón. ¡Algo dentro de su magullado cuerpo...!; renacen las ideas.
Son demasiadas vidas torturadas. Desolación. Y sin embargo ahí está, ¡la vida se regenera de nuevo! No tiene nada. Antes tenía. Lo perdió todo y no quiere pensar más.
Desde su incómodo rincón, gracias a esos niños, volvió a vivir. Para decir su último adiós. La consciencia tiene su límite... Y la suya ya gastó todos sus cartuchos. Una vida consciente en la mendicidad no es vida: lleva años siendo mendigo. Pero hacía tiempo que no se consideraba un hombre.
¡Ahora se ve a él!: un ser humano invisible. Lo ve claro y no es fácil de soportar. Es invisible a sí mismo. No puede reconocer en ese desecho de carne y huesos el hombre que fue, el señor que es. Ese hombre, niño, joven, maduro... ¡nunca viejo!; merece un respeto. Y en cierta forma, piensa: qué mejor honor que sea él mismo quien se otorgue el regalo. Si al menos viera otra salida... pero hay cosas que son de milagro y muy Señor mío y está cansado de luchar.
Quizás, piensa, debería buscar la mirada retrospectiva. Pero ya hurgó demasiado en su pasado hace tiempo y teme volver a la locura del inframundo.
Cierra los ojos, siente la tierra... Se descalza y asiente: "¡sí, la vida es bonita...!". Pero un hombre no solo vive de la Naturaleza; necesita metas que algún día se puedan cumplir. Aspira el aire helado proveniente de la montaña, el agua coagulada se confunde con el aroma del fresno y el abedul... La tierra está húmeda, sus pies descalzos. Y los copos acarician su piel con tanta dulzura como su fallecida mujer.
Siente la vida; siente su cuerpo. ¡Oye los gritos lejanos de los niños, los susurros de los japoneses y el clic de sus cámaras digitales! Un gorrión vuela junto a él y se confunde con la gente: ¡es alguien! Aunque solo sea para él. Pero sabe que no puede aspirar a más y tampoco lo reclama.
Levanta la vista hacia el cielo, ahora nieva más, hace más ventisca. Los chicos ya han despertado de su estupor y corren a refugiarse. Solo él permanece impasible. La naturaleza le está hablando; lo sabe. Y ya es lo único que le importa...

Por un momento es feliz; ¡sí feliz!; después de tanto tiempo... Ella nunca le ha olvidado, ¡Ella le llora y le rinde homenaje! Su triste vida no ha sido en vano, siempre ha estado Ella; cómplice muda de sus desgracias.
Ahora sabe que ha llegado la hora. Es triste, pero peor es persistir en la Nada por más tiempo. El mendigo piensa: "todos tenemos un ciclo al que dar sentido, yo no nací para ser feliz está demostrado; pero tampoco para no saber ni qué es ser desdichado. Al menos seré abono para los árboles, ¡mi vida tiene un objetivo!". Y no permite a su humanidad vislumbrar con completa lucidez el miserable sentido de su existencia; no lo soportaría, ¡volvería a enloquecer!

Se tumba bajo el banco. Tirita de frío.
Saca la navaja y un leve temblor sacude sus nudillos. Pero su voluntad es firme esta vez: Hunde el arma en su vientre. Siente el dolor y solloza... En silencio... De todos modos sabe que nadie le escucharía, y no desea mortificar sus últimos alientos con tan cansina crueldad. La savia de su vida tiñe de carmín el hielo dándole un aspecto dantesco y acuarelado.
Mientras tanto, siente el dolor físico... Y van ganando terreno los recuerdos hermosos de su existencia: el patio de tía Marta, su amigo Gabriel, el tirachinas, las noches con Manuela, la orquesta...
¡Se traza a sí mismo jovial, alegre...! ¡Lleno de vida! Y con otra vida...
Ya apenas siente nada; cesa en su lucha. Se sumerge en el dulce sueño del tiempo eterno al son de la hoja derrotada que besa su boca; sellando la esperpéntica sonrisa que dejó dibujada.

-¡Mamá mamá mira!
-José, ¡vámonos!

No importa; ya no necesita socorro...

Los copos de nieve volviéronse granizo, cientos de hojas se elevan y caen sin control en el balanceo de las volátiles ramas. Cruje, ¡estrepitosa!, la tormenta. A pesar de que siempre habrá quien rememore en ella la "Sinfonía del Nuevo Mundo" de Dvorak . Tal vez sea el mismísimo Dani Izaskun quien nos la recuerda, al no poder tararearla él.


L.